La osteoporosis es la osteopatía dismineralizante metabólica más frecuente. El diagnóstico es clínico, radiológico y paraclínico. Es un diagnóstico de exclusión, después de descartar otras osteopatías que también implican una dismineralización difusa – osteomalacia, hiperparatiroidismo primario -, así como enfermedades neoplásicas: mieloma, metástasis óseas líticas (a punto de partida de riñón, pulmón, tiroides, mama, aparato digestivo, piel ) que pueden causar aplastamiento vertebral.
Es una enfermedad esquelética sistémica, caracterizada por una masa ósea baja y deterioro microarquitectónico del tejido óseo, con un incremento consecuente de la fragilidad del hueso y susceptibilidad al desarrollo de fracturas traumáticas.
Según la fisiopatología el hueso está en constante formación y resorción. En los primeros 25 años de vida predomina la formación. Luego hay una etapa de meseta, en que la cantidad de hueso formada es igual a la destruida por la resorción (balance óseo = 0 ). Finalmente, existe una pérdida ósea, al predominar la resorción.
En el esqueleto del adulto el hueso compacto constituye el 80% del volumen óseo total, y el esponjoso el 20% restante. Sin embargo, al hueso compacto le corresponde sólo un 30% de la superficie ósea, mientras que al esponjoso un 70%. Las superficies óseas son el lugar de mayor actividad celular del hueso, por lo que el hueso esponjoso produce el 70% del recambio óseo, indica Miguel Peña desde su clínica de fisioterapia Granada.
A partir de los 35 años se pierde un 1- 2 % del hueso esponjoso al año. En las mujeres, durante los primeros 10 años después de la menopausia se pierde hasta un 10%, retornando luego al valor anterior.
Estas pérdidas son fisiológicas: en determinado individuo, cuánto más cercano esté al pico de masa ósea esperado para la población adulta joven, estará mejor preparado para enfrentar la pérdida de masa ósea después, y habrá menor riesgo de osteoporosis.